Esperamos que vengan tiempos mejores, que la economía crezca, que nuestros políticos se conviertan en hombres honestos y responsables; mantenemos viva la esperanza de que un día México logre superar la pobreza y distribuir mejor la riqueza. Pero la verdad es que no nos sirve de nada: es una esperanza inútil porque es pasiva. Eduardo Subirats la identifica como “la expectación paciente de una plenitud sin historia, sin comunidad y sin conciencia”[1]
¿Cómo no darle la razón si sabemos que la situación social y política del país anda mal, y nos quejamos hasta el cansancio, pero nosotros no hacemos absolutamente nada? Cada día nos sorprendemos menos de las injusticias que se cometen en nuestras comunidades; no nos damos cuenta que los asuntos públicos nos resultan cada día más extraños y cosa exclusiva de partidos políticos. Nos hemos olvidado que nosotros, como sociedad, debemos asumir un papel activo en la toma de decisiones.
La participación ciudadana, sobre todo de los jóvenes, es más que nunca necesaria para forjar una verdadera cultura democrática, más allá del voto en las urnas cada seis o tres años. No podemos dejar la política sólo en manos de las autoridades: ésta nos compete a todos no sólo como sociedad; sino también como seres humanos. Sociedad y gobierno tenemos que entender que la política debe basarse en la discusión y confrontación de las ideas a través del debate. El futuro de nuestro país debe construirse por la sociedad en su conjunto, y no sólo por unos cuantos en el poder.
A los jóvenes nos corresponde luchar por una sociedad incluyente, en la que se proteja y respete el derecho de cada persona a definirse a sí misma; nos toca ser la voz de una conciencia crítica que ayude a renovar y actualizar la plataforma política y humana de nuestro país; los jóvenes tenemos la responsabilidad de no dejar nuestros ideales sólo en tinta y papel: nos toca convertir la esperanza pasiva en acciones concretas, en fuerza de verdadera mejora de nuestra sociedad.
[1] Subirats, Eduardo.(2006). La Existencia Sitiada. Editorial Fineo. México, pág. 283.
(Fotografía de Eduardo Longoni)